jueves, 15 de septiembre de 2011

Club Cultural Matienzo

Txt Lucía Levy @lululevy / Php Karen Levin

“El club es como un pequeño monstruito que ya tiene vida propia; come, corre, anda solo”, se ríe Juan Manuel Aranovich, miembro de la comisión directiva del CCM y uno de los cinco amigos que se animó a hacer realidad el sueño de abrir un lugar al que le dieran ganas de ir. “Todo empieza jodiendo, esto también”, reconoce y ofrece el primer mate de la tarde.
En 2008, Juan y una amiga querían abrir una productora de eventos culturales y encontraron más amigos con ganas de hacer algo parecido. “Todos buscábamos un lugar. La idea era compartir el espacio, tres días para que produzcan ellos, tres días para nosotros. Cuando finalmente encontramos la casa, dijimos ‘seamos un club’”, recuerda. Así es como este proyecto, que comenzó a gestarse en reuniones de amigos entre charlas y música, se transformó en algo real y tangible.


Matienzo no es un centro cultural, es un club, y eso es lo que lo hace único, lo que lo identifica y por lo que la gente vuelve. “Ni bien empezamos a armar todo, nos dimos cuenta de que lo único que nos interesaba era hacer algo diferente. Queríamos un lugar donde vinieran y se sintieran parte, un espacio del cual uno se adueñara”, explica Juan. Las pruebas están a la vista: lejos de incomodarse por la entrevista, dos chicos que estrenan los veinte años toman cerveza y juegan a las cartas; sin dudas, el CCM es también de ellos. “Venimos todos los días porque nos gusta la gente que hay acá, nos gusta la onda del lugar”, dicen los dos casi a coro. Juan los conoció aquí y ahora los saluda como si fuesen sus hermanos: “Vienen más ellos que yo”, bromea.

Matienzo es un multiespacio que se autogestiona, es decir, que no recibe ayuda monetaria de ninguna organización o institución externa. Cabe preguntarse entonces, cómo es que el ‘monstruito’ no muere de hambre. “El bar es el principal sostén económico. Si bien hay algunas actividades que generan ganancias, como la venta de entradas del área de música, hay varias que sólo hacemos por amor al arte”, cuenta Juan y recuerda que empezaron con muy poca plata pero que tuvieron suerte porque “al abrir algo que la ciudad necesitaba, la gente llegó rápido”.


Luego de la tragedia del boliche República Cromañón en diciembre 2004, la ciudad se quedó sin espacios que fomentaran el arte alternativo, ese que el sector privado no impulsa y que pone en jaque al sistema de la cultura oficial. Los controles se volvieron más estrictos y los lugares que podían subsistir entendían la cultura como un negocio, algo muy lejano a lo que Matienzo propone. “Toda la música, el teatro, el arte plástico nuevo, todo lo emergente, lo innovador, todos los artistas se quedaron sin lugares para mostrarse. Esta situación ayudó a que el CCM naciera, porque la ciudad necesitaba un espacio donde puedan manifestarse libremente las diferentes formas de expresión creativa y recreativa de la juventud porteña”, observa Juan.


“La mayoría se acerca por la programación que ofrecemos; después logran descubrir más cosas por las cuales volver: es una mezcla de buen contenido cultural y linda gente”, opina Juan. Además de ofrecer diariamente funciones de música, teatro, varietés literarias y exposiciones artísticas, el club también cuenta con una radio - “necesitábamos estar más comunicados con la gente”, comenta Juan -, el merendero “Día de Sol”, talleres varios y ciclos de teatro como “El Porvenir”, dedicado a difundir el trabajo de jóvenes directores de teatro menores de 30 años.


Agustín Jais, otro integrante del grupo génesis y encargado del área de arte y diseño, se suma a la conversación e intenta explicar desde qué mirada se define la cultura, esa palabra tan impalpable y al mismo tiempo tan precisa. “Para nosotros, la cultura es un acto identitario, uno en el cual las personas se encuentran con otros y se transforman al mismo tiempo que la hacen”, resume y agrega con ganas de esclarecer cualquier duda: “Buscamos darle visibilidad al off y romper el prejuicio de que el under es sólo para entendidos. Apoyamos todo lo independiente porque es la vanguardia de la cultura porteña”.

Juan y Agustín charlan entre sí y por un momento la entrevista queda suspendida en el aire: son dos amigos que discuten sobre la identidad, el significado actual del éxito y la popularidad del club. “Muchos de los que vienen a tomar algo a la noche después terminan trabajando como colaboradores o exponiendo sus cosas. Acá uno se conoce desde la acción, luego viene la amistad”, dice Agustín.


Mientras Juan ceba el último mate, Agustín recuerda el miedo que sintió al principio por creer que nunca iba a poder devolver el dinero que le habían prestado para abrir el club: “Por suerte pude”, confiesa aliviado. En menos de una hora, la planta baja se llena de gente que vino a ver algún show, a tomar algo o simplemente a estar. Antes de despedirse, Agustín logra concentrar en una oración todo lo que Matienzo representa: “Esto nos cambió la vida, al comienzo era sólo un proyecto, hoy es nuestra casa, nuestra nueva familia”.


                                    
  

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