viernes, 10 de agosto de 2012

Ceguera Cultural

La ley de mecenazgo es una opción para que monotributistas y empresas puedan elegir a dónde destinar parte de sus impuestos. El Club Cultural Matienzo tiene la posta y cuenta sus aciertos y desencantos.

Txt. Nicole Baler - @nicolebaler | Ilust. Matías Fernández Schmidt

Cuando en el Club Cultural Matienzo se habla de plata generalmente es porque falta. “Debatimos acerca de qué necesitamos para poder hacer lo que queremos hacer y no de cómo llevarnos más plata a casa. Para nosotros, el dinero solo es un limitante”, dispara Claudio Gorenman,  abogado y uno de los fundadores del CCM. Como ellos, muchos espacios emergentes de la Ciudad de Buenos Aires enfrentan los mismos problemas para subsistir en una ciudad donde la política cultural no los tiene en cuenta. La falta de subsidios, la inexistencia de una categoría habilitatoria que los incluya y la imposibilidad de difundir todas sus actividades por su existencia a medias, son sólo algunas de las trabas con las que pelean. “Todavía, lamentablemente, no se llegó al punto donde se distingue lo que es el emprendimiento cultural que necesita protección, de una empresa cultural que no la necesita, porque busca hacer dinero. Los espacios que la requieren toman sus decisiones estéticas, artísticas y culturales en función de criterios estéticos, artísticos y la ecuación económica es simplemente el limitante que permite llegar o no más lejos. Este tipo de leyes protectoras de la cultura pretende subir la barrera de la limitación”, opina. 


La ley porteña 2264 prevé el programa de mecenazgo, una iniciativa que permite a los monotributistas destinar el cien por ciento, y a las empresas el dos, de sus ingresos brutos a un proyecto cultural (previamente aprobado por el Consejo de Promoción Cultural) y así decidir hacia dónde van los impuestos que pagan. O al menos ese es el espíritu que predica. “Mecenazgo es una especie de híbrido porque funciona un poco como subsidio, porque hay que presentar una carpeta para que se otorgue el beneficio impositivo que cede el gobierno, y un poco como sponsoreo, porque es el mismo beneficiario el que tiene que buscar las empresas o particulares que cedan sus ingresos brutos. El tema es que acá te están diciendo que vos los consigas”, explica Claudio.

El CCM hizo sus primeras dos presentaciones para aplicar al programa en 2010: una para el festival de teatro sub 30 El Porvenir y otra para Radio Colmena, la emisora que funciona en la terraza. Cada espacio o iniciativa pide un monto determinado de plata que podrá retirar de una cuenta una vez que reúna el 80 por ciento del total en un período de hasta dos años. Si no llegan a juntar la plata, el dinero retoma su recorrido habitual y se suma al presupuesto del GCBA. “Ahí empieza la parte más compleja del asunto”, define Claudio. 

"Ellos argumentan que tenemos que empezar a 
pensar como empresa y lo primero que ellos no 
entienden es que quizás no queremos pensar así."

La idea de destinar plata a ciertas actividades o fines, dentro de ese amplio concepto muy de moda de la responsabilidad social empresaria, no es novedad. Pero aún pareciera que aportar a proyectos culturales no logra sumar muchos benefactores. “Las empresas grandes buscan solo cierto tipo de visibilidad en lo que ellos patrocinan y las medianas o chicas le tienen mucho temor a cualquier tipo de proceso que tenga que ver con cesión impositiva porque la mayoría maneja sus contabilidades de forma no cristalina, ciertas cosas se declaran y ciertas no, y creen que si se meten en mecenazgo van a tener una inspección y que se van a exponer”, cuenta. Al mismo tiempo, con los particulares (monotributistas del régimen simplificado), hay otro problema: “En mayo largamos una campaña en Facebook y tuvimos que cortarla cuando nos dimos cuenta que no se podía hacer el instructivo para el trámite. Con el primer posteo, que viralizó muy bien, nos escribieron unas veinte personas y otras tantas nos llamaron pero hasta el momento, por lo que tenemos entendido, ningún monotributista pudo ceder sus ingresos brutos porque cuando querés imprimir la boleta, dice que hay que ir a regularizar la situación ante la AFIP”.


“Esto no es una persecución, es miopía. No les podés explicar (a los funcionarios del GCBA) la diferencia entre un espacio cultural y un boliche porque no la saben ni la entienden”, opina. Para este abogado dedicado a descifrar la legislación cultural, este también es el origen de los problemas habilitatorios porque el GCBA no puede comprender que se quiera habilitar cuando no exis-te un fin comercial: “Con un bache discursivo tan importante, es muy difícil acercarnos”. “Ellos argumentan que tenemos que empezar a pensar como empresa y lo primero que ellos no entienden es que quizás no queremos pensar así. Lo segundo es que es muy difícil salir a venderse porque no pensamos lo que hacemos como un producto para vender. A la larga pasa que todo el mundo presenta mecenazgo y después se queda en bolas”, concluye.

“Al GCBA le conviene no hacer nada porque se quedan con la medallita y con la plata de los impuestos que no se pudieron cobrar. Podrían hacer rondas de negocios de posibles benefactores, jornadas de muestras de proyectos, campañas de concientización y no hacen nada. La gente no tiene idea que esto existe y los que saben piensan que es un quilombo. Está el programa y, hasta cierto punto, hay una idea de que falle”, aclara. Aunque “el GCBA no hace nada porque mecenazgo funcione”, el CCM sigue apostando y presentó seis nuevos proyectos en la convocatoria 2012: insisten, le buscan la vuelta, porque creen profundamente que hacer cultura emergente en Buenos Aires requiere de perseverancia y mucho ingenio.



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